Por Patricio Rojas, académico de la carrera de Ingeniería Civil en Computación e Informática de la U.Central Región de Coquimbo.
En la era digital, nos encontramos en un dilema educativo significativo: ¿deberíamos enseñar cómo funciona la inteligencia artificial (IA) y, más importante aún, comprender el propósito de su aplicación? Este cuestionamiento no solo define la trayectoria de la educación, sino también el rumbo de la sociedad que estamos construyendo.
Por un lado, entender el funcionamiento interno de la inteligencia artificial se presenta como una necesidad imperante. Ignorar este conocimiento nos deja en una posición de vulnerabilidad, donde decisiones cruciales se toman sin el entendimiento adecuado. Enseñar cómo se desarrollan los algoritmos, las redes neuronales y el aprendizaje automático nos capacita para participar en un diálogo informado y crítico sobre el impacto de la IA en nuestras vidas.
Por otro lado, surge la pregunta ética del propósito de la inteligencia artificial. ¿Estamos destinados a crear máquinas pensantes simplemente porque podemos? ¿O debemos focalizarnos en utilizar la IA como una herramienta para abordar los desafíos sociales y globales? Aquí, la educación no solo debería abordar el «cómo», sino también el «para qué».
El conocimiento profundo del funcionamiento de la IA puede llevarnos a una sociedad más consciente y ética. Sin embargo, este aprendizaje debería ir de la mano con una reflexión crítica sobre su implementación. Necesitamos explorar cómo la inteligencia artificial puede contribuir a la resolución de problemas como el cambio climático, la atención médica y la equidad social, en lugar de simplemente amplificar las brechas existentes.
En última instancia, la educación en inteligencia artificial debe ser una búsqueda de equilibrio. No solo se trata de comprender el intricado tejido de algoritmos, sino también de tener una visión clara sobre el papel que queremos que juegue la inteligencia artificial en nuestra sociedad. Es hora de cultivar no solo mentes analíticas, sino también ciudadanos éticos y reflexivos que guíen el futuro de la inteligencia artificial hacia senderos de beneficio colectivo.