Por Ulises Carabantes Ahumada, Ingeniero Civil Industrial. Analista de actualidad. Escritor.
Estimado lector, en las próximas líneas podrá leer un muy breve pero descriptivo resumen de algunos capítulos del libro Chile 1973. Quien quiera profundizar en esta materia y desee comprar el libro, consulte al correo ucarabantes@gmail.com, para las ediciones en Chile como también en España. Esta es la duodécima de trece publicaciones sabatinas que efectuaré hasta el sábado 9 de septiembre.
El 23 de agosto de 1973 se efctuó el cambio de mando en el ejército. Dejó el cargo el general Carlos Prats González siendo reemplazado por el general Augusto Pinochet Ugarte, quien a la fecha se desempeñaba como jefe del estado mayor del ejército.
El político demócrata cristiano y ex candidato presidencial de ese partido, Radomiro Tomic, le escribió una carta al general que abandonaba el ejército, en la que describió muy claramente el estado en que se encontraba Chile:
“La turbia ola de pasiones exacerbadas y violencia, de ceguera moral e irracionalidad, de debilidades y claudicaciones que estremece a todos los sectores de la nacionalidad y que es obra, en grado mayor o menor, de todos ellos, amenaza sumergir al país tal vez por muchos años.
Sería injusto negar que la responsabilidad de algunos es mayor que la de otros, pero, unos más y otros menos, entre todos estamos empujando a la democracia chilena al matadero. Como en las tragedias del teatro griego clásico, todos saben lo que va a ocurrir, todos dicen no querer que ocurra, pero cada cual hace precisamente lo necesario para que suceda la desgracia que pretende evitar”.
Más claro no pudo ser Tomic al describir la situación imperante en Chile. A fines de agosto de 1973 la democracia chilena y sus instituciones sólo se mantenían en sus formas, pues nadie tenía la más mínima intención de respetarla. El mismo general Carlos Prats, empujado por el presidente Salvador Allende, abandonó sus obligaciones constitucionales al sostener variadas reuniones políticas con los partidos de la izquierda, buscando que estos accedieran a establecer una tregua con la oposición y así evitar el enfrentamiento fratricida en Chile.
Refiero en estas líneas dos hechos acaecidos en la última semana del gobierno de Salvador Allende, como una muestra más e irrebatible de la destrucción que imperaba en Chile y el destino del país que no era otro que la guerra civil. Esta se concreta cuando hay dos grupos internos enfrentados en forma irreconciliable y como segunda condición, se desbordan internamente las fuerzas armadas rompiéndose su necesaria unidad monolítica, tomando sus componentes posición por cada uno de los bandos que se enfrentan. Prats buscó evitar la guerra civil por medio de la acción política, en un esfuerzo por hacer desaparecer la primera condición, los dos bandos irreconciliablemente enfrentados, por medio de una tregua política, pero fracasó. En consecuencia, como conclusión del todo realista, a fines de agosto de 1973 sólo quedaba para evitar la guerra civil con una proyección de quinientos mil muertos como mínimo, eliminar la segunda condición a través de una intervención militar unida, sin que las fuerzas armadas se vieran definitivamente divididas, arrastradas por las pasiones que desbordaban Chile.
Uno de los importantes hechos ocurridos la última semana del gobierno de Salvador Allende dice relación con la imposibilidad que éste tuvo y tenía en ese momento para poder tomar decisiones, en su calidad de presidente de la república. Salvador Allende era una figura decorativa sentada en La Moneda, ya no ejercía como presidente de Chile.
El lunes 3 de septiembre de 1973 el presidente de la república volvió a solicitar autorización para tomar decisiones vitales para salvar su gobierno. Dicha autorización se la solicitó al ya referido (en estas publicaciones) comité político de la unidad popular, que era el que verdaderamente gobernada Chile, sin que el pueblo chileno lo hubiera elegido para ello. Salvador Allende, constitucionalmente presidente de la república, por sí solo no podía tomar decisiones, en una clara vulneración de la constitución por parte del mismo Allende y del nombrado comité político de la unidad popular. Aquel lunes 3 de septiembre, Allende le solicitó autorización al gobernante de facto que había en Chile, para lo siguiente:
- Plebiscito o consulta a los chilenos.
- Acuerdo con la Democracia Cristiana.
- Formar un gabinete de seguridad y defensa nacional integrado principalmente por militares.
El gobernante de facto existente en Chile por aquellos días, es decir, el comité político de la unidad popular, podía aprobar una de las propuestas, dos de ellas o todas. Como que no hubiera ninguna urgencia, los partidos políticos de izquierda se tomaron toda la semana para responder a Salvador Allende. Esta recién llegaría la noche del viernes 7 de septiembre. En el intertanto, otros hechos dramáticos ocurrieron como muestra de la descomposición total en que se encontraba Chile.
El 4 de septiembre de 1973 el gobierno organizó en las principales ciudades del país, actos de celebración por el triunfo de Salvador Allende el 4 de septiembre de 1970. En Santiago hubo un acto y desfile de cientos de partidarios del gobierno frente a La Moneda. No fueron pocos los que vaticinaron que sería la última vez que verían a Allende con vida. Éste, sentado con una actitud pétrea, observaba como pasaban frente a él sus adherentes.
En La Serena, como en todas las capitales provinciales, se organizó un acto, en la plaza de armas, frente a la intendencia. Se instaló un estrado y alrededor de las cuatro de la tarde comenzaron a llegar trabajadores de las empresas estatizadas, adherentes del gobierno de Allende. Presidía el acto de conmemoración el intendente de la provincia de Coquimbo Rosendo Rojas, comunista, quien era acompañado en el estrado por dirigentes políticos de la unidad popular e invitados especiales. El primero en hacer uso de la palabra fue el ex ministro de obras públicas de Allende, Pascual Barraza, de filiación comunista. Posteriormente habló el médico Juan Carlos Concha, seguido por el presidente provincial de la Central Única de Trabajadores, CUT, Elías Torres.
A una cuadra del acto de la izquierda, en la intersección de calles Balmaceda con Prat, un nutrido grupo de Patria y Libertad observaba los acontecimientos, blandiendo garrotes, los que eran golpeados contra el pavimento de la calle. Ya había oscurecido cuando terminó de hablar Elías Torres ese día de fines de invierno en La Serena de 1973. El locutor del acto que iba anunciando a los que hablarían, expresó: “ahora hará uso de la palabra un compañero del MIR”, momento en que sube al estrado y se dirige al micrófono un dirigente de los trabajadores de IVESA, fábrica controlada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria. En forma inmediata se puso de pie el intendente Rosendo Rojas para impedir que el militante del MIR hiciera uso de la palabra. El intendente comunista le arrebató el micrófono al mirista gritándole que a él no le correspondía hablar en esa tribuna. Aquello fue la chispa que encendió una mecha que esperaba lo mínimo para inflamarse. Subió al estrado un grupo de miembros del MIR, quienes agredieron con golpes de puño y de palos al intendente Rojas, ni más ni menos que al representante del presidente Salvador Allende en la provincia de Coquimbo. Esto desató la furia de los comunistas que subieron al estrado a defender a la máxima autoridad provincial que estaba siendo agredida, desatándose una pelea generalizada, dándose por terminado el acto mientras se cortó el suministro de energía eléctrica, lo que hizo que el lamentable suceso tomara tétricos ribetes en medio de la oscuridad. Los enfrentamientos entre miembros del MIR y del partido comunista continuaron por las calles céntricas de La Serena durante varias horas esa noche. La guerra civil no sólo estaba latente entre la izquierda y la derecha, también entre los grupos de izquierda que se odiaban sin límite. Si armas hubieran tenido aquella noche del 4 de septiembre de 1973; la pelea no hubiera sido a golpes de palos y puños, muchos habrían caído bajo las balas. Exactamente una semana después, los mismos que se agredieron frente a la intendencia en la plaza de La Serena, buscaban el anonimato para escapar de la ferrea mano que comenzaba a ejercer la Junta Militar.
La última semana del gobierno de Salvador Allende fue de alta tensión con la armada. El consejo naval decidió pedirle al almirante Raúl Montero que dejara el cargo de comandante en jefe. Montero había renunciado unos días antes, pero Allende no aceptó su renuncia. Por este motivo hubo una poco amable reunión en la casa presidencial de la calle Tomás Moro, a la que asistieron el almirante Montero, el vicelmirante Merino y los contralmirantes Huidobro y Cabezas, este último jefe del estado mayor de la armada. La reunión terminó con una declaración de guerra verbal de José Toribio Merino a Salvador Allende. Al día siguiente, el edecán naval de Allende se presentó en la comandancia en jefe de la primera zona naval en Valparaíso para señalarle a Merino que el presidente lo invitaba a almorzar en La Moneda para el día siguiente, 7 de septiembre, a las 13 horas. Merino tuvo dudas, pero accedió y se presentó en el palacio de gobierno donde almorzó con el ministro de defensa Orlando Letelier y con el presidente de la república, almuerzo que se llevó a cabo en un salón donde había guardias presidenciales premunidos de metralletas y con una mesa donde descansaba la pistola de servicio del almirante invitado a almorzar. Cuando se sirvió el bajativo ya no estaba Letelier, sólo Allende y Merino. El almirante le insistió al presidente que debía dar seguridad política al país y cambiar los mandos medios de su administración. Allende, saliéndose de las formalidades, trató de “tú” al marino, diciéndole: “mira, si quieres cambiar a alguien, mandos medios, lo que tú dices, u otros, anda a hablar con Teitelboim, con el “patas cortas” (Luís Corvalán) o Altamirano. Ellos son los que manejan, yo no mando nada”. El almirante agradeció la invitación al presidente y se retiró del palacio de gobierno convencido de que el país estaba acéfalo, con el ciudadano elegido constitucionalmente como presidente de la república sin ejercer el cargo que se le había confiado y que tal situación había que terminarla lo más pronto posible.
Por la noche de aquel viernes 7 de septiembre de 1973 por fin llegó la respuesta a las propuestas que Allende le había enviado al comité político de la unidad popular el lunes 3 de septiembre: “Plebiscito o consulta a los chilenos”, denegado. “Acuerdo con la Democracia Cristiana”, denegado. “Formar un gabinete de seguridad y defensa nacional integrado principalmente por militares”, denegado. Allende quedaba una vez más con las manos atadas por los partidos que en la teoría lo apoyaban. Ante la negación de autorización que recibió Salvador Allende por parte de los partidos de izquierda, el presidente le pidió a este gobernante de facto un voto de confianza hacia su persona para que pudiera tomar libremente las urgentes decisiones que se necesitaban. Los partidos de la unidad popular, a cuatro días de la intervención militar, llegaron al extremo de también negarle un voto de confianza al presidente. La suerte estaba echada. Como reflexión histórica es importante señalar que cuando se habla del martirologio de Salvador Allende en La Moneda, sólo se grafica éste con los tanques rodeando y disparando sobre el palacio de gobierno y los aviones hawker hunter bombardeándolo. Los hechos demuestran que también fueron claros causantes de aquel martirologio los partidos de la unidad popular, coalición de izquierda encabezada por el partido comunista y el partido socialista.
Si durante las trece publicaciones de este ciclo histórico, alguno de mis lectores se interesa en tener el libro Chile 1973; tanto para la edición en Chile como en España, pueden hacer llegar su consulta al correo electrónico ucarabantes@gmail.com
Los espero el próximo sábado 9 de septiembre con la última publicación histórica, la que llevará por título Cincuenta Años: Golpe Militar.