La minería ha sido, históricamente, una de las principales fuentes de riqueza para Chile. Sin embargo, más allá de las cifras y los rankings internacionales, muchas veces se desconoce el verdadero alcance de lo que significa invertir en minería para el desarrollo de nuestro país. ¿Qué beneficios concretos trae? ¿A quién impacta? ¿Y cuáles son los desafíos que enfrentamos si queremos que siga siendo un motor de progreso social, ambiental y económico?
Este artículo busca responder esas preguntas, conectando los datos con una visión estratégica de futuro para Chile.
1. Invertir en minería es apostar por el desarrollo económico.
Cuando hablamos de minería en Chile, hablamos de una actividad que representa en torno al 13,6% del Producto Interno Bruto (PIB) de manera directa, y que supera el 20% si consideramos sus efectos indirectos, según datos del Banco Central y Cochilco (2022). Además, más de la mitad de nuestras exportaciones provienen de productos mineros, con el cobre como protagonista.
Pero este impacto no es solo macroeconómico. La inversión minera genera un efecto multiplicador que se refleja en la creación de empleo, dinamización regional y generación de oportunidades para otros sectores. Por cada puesto directo en minería se estiman 2,5 empleos indirectos, lo que sitúa al sector como uno de los principales impulsores del mercado laboral, con remuneraciones promedio 70% superiores al resto de la economía (Consejo Minero, 2023).
En regiones como Antofagasta, donde la minería representa más del 70% del PIB regional, las inversiones mineras han impulsado no solo el empleo, sino también infraestructura crítica como carreteras, puertos y sistemas de energía, muchos de ellos utilizados también por la ciudadanía (Biblioteca del Congreso Nacional, 2023).
2. La inversión minera también financia al Estado.
La minería aporta de manera significativa al financiamiento público. En 2021, por ejemplo, el sector contribuyó con US$ 9.594 millones al fisco, lo que representó casi el 19% de los ingresos del Estado (Cochilco, 2022). Estos recursos permiten financiar políticas sociales, inversión pública, educación y salud, beneficiando directamente a millones de personas.
Aunque estas cifras pueden variar por la volatilidad de los precios internacionales, mecanismos como el Fondo de Estabilización Económica y Social han permitido al Estado chileno suavizar los ciclos mineros y mantener cierta estabilidad fiscal a lo largo del tiempo.
3. Minerales para el mundo, beneficios para Chile.
Chile no solo es líder mundial en producción de cobre, sino que también ocupa una posición clave en la oferta de litio, un recurso estratégico para la transición energética global. Ambos minerales son insumos esenciales para tecnologías limpias como paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y baterías de almacenamiento.
Esto nos posiciona como un país indispensable en la lucha contra el cambio climático. La inversión minera, en este contexto, no es solo una apuesta por el crecimiento económico: es también una herramienta para insertarnos en las cadenas de valor del futuro.
Además, las grandes mineras que operan en el país han comenzado a transformar sus procesos para responder a estos nuevos estándares, invirtiendo en energías renovables, planta de desalación de agua de mar y reducción de su huella de carbono. De hecho, Chile lidera en la región en uso de agua desalada y en compromisos hacia una minería verde.
4. Desafíos que debemos enfrentar como país.
A pesar de sus beneficios, la inversión minera no está exenta de desafíos. Uno de los más urgentes es lograr un equilibrio entre crecimiento productivo y sostenibilidad ambiental. La gestión de residuos, el uso del agua, la protección de ecosistemas y la reducción de emisiones son parte de las demandas ciudadanas y regulatorias que hoy enfrentan los proyectos.
Otro desafío clave es fortalecer la relación con las comunidades. La legitimidad de los proyectos mineros ya no se mide solo por su rentabilidad, sino por su capacidad de generar valor compartido con los territorios donde operan. Eso implica invertir en infraestructura social, capacitar fuerza laboral local, respetar los acuerdos con comunidades y fortalecer el diálogo permanente.
También es necesario avanzar en diversificación productiva. Aún dependemos fuertemente del cobre y de su precio en los mercados internacionales. Apostar por más valor agregado, por ejemplo, en la fabricación de productos derivados del litio o cobre refinado, puede aumentar la resiliencia de nuestra economía. La integración de proveedores locales y la exportación de conocimiento minero son oportunidades concretas para generar desarrollo más allá de la extracción.
Finalmente, la certeza jurídica y regulatoria será determinante para el futuro. Las reglas del juego deben ser claras, estables y sostenibles. Los cambios tributarios, ambientales o institucionales deben realizarse de forma transparente, dialogada y con una mirada de largo plazo. Solo así se generará confianza para seguir atrayendo inversión nacional e internacional.
5. ¿Dónde radica nuestra ventaja competitiva?
Chile posee una combinación difícil de igualar: riqueza geológica (con el 21% de las reservas mundiales de cobre y el 30% de litio), institucionalidad estable, infraestructura desarrollada y un ecosistema tecnológico creciente.
Países como Perú y Australia son competidores naturales, pero cada uno tiene sus propias limitaciones. Perú, si bien cuenta con importantes yacimientos, ha enfrentado alta conflictividad social y política. Australia es líder en innovación minera, pero carece del tamaño de las reservas cupríferas chilenas.
Además, Chile ha ido avanzando en su propuesta de valor responsable: lidera en indicadores ESG en América Latina, y es uno de los pocos países donde se está desarrollando una política pública a largo plazo para la minería sustentable (Política Nacional Minera 2050).
La inversión minera no es solo un fenómeno económico o productivo: es una plataforma de transformación profunda para el país. A través de la minería, Chile ha construido parte importante de su desarrollo, pero su sostenibilidad futura dependerá de algo mucho más humano: la capacidad de las personas de impulsar una minería virtuosa, con propósito, visión de largo plazo e innovación al servicio del bien común.
Para sostener este motor, no bastan leyes claras o tecnología avanzada. Se necesita una ciudadanía activa, comunidades involucradas, profesionales comprometidos, trabajadores capacitados, empresas responsables y un Estado que articule con visión estratégica. Todos somos parte del desarrollo y la madurez de la industria minera.
En este camino, la minería debe seguir profundizando su efecto multiplicador a través de economías de escala: cuando crecen los proyectos mineros, crecen también sectores como la energía, la logística, la metalmecánica, la manufactura avanzada, la formación técnica, la digitalización y la ingeniería. Así, nuevas industrias pueden nacer y consolidarse a partir de la infraestructura, el conocimiento y los encadenamientos que deja la inversión minera. El desafío es que ese valor no se quede solo en la faena, sino que se extienda a todo el país.
La minería del futuro será virtuosa o no será. Y eso depende, sobre todo, de las personas: de aquellas que transforman procesos, que introducen mejoras, que lideran con propósito y que construyen confianza en torno a una industria que puede y debe ser parte de la solución frente a los grandes desafíos del siglo XXI.
Invertir en minería es invertir en el desarrollo, pero más aún: es invertir en las personas que harán posible una minería transformadora y generadora de oportunidades para todos.
Columna realizada por el académico de la Facultad de Ingeniería y Arquitectura de la U.Central Región de Coquimbo, Fred Camus.